Parece que el resultado es distinto, cuando en el final debería ser el mismo. Ese triple postrero cuando vas perdiendo de dos. Esos dos tiros libres con el reloj a cero y el marcador uno a bajo…
Entran o no… ¡qué más da cuando el trabajo está bien hecho, cuando tienes poco de lo que arrepentirte! El éxito o el fracaso no debería estar tan marcado por lo que haga el balón. Queremos usar el deporte para educar, o al menos eso decimos. Queremos que sirva para aprender, o al menos eso transmitimos.
Debemos enseñar a ver más allá del marcador, del objetivo de resultado, del sueño marcado en el calendario. Con frecuencia luchamos contra otros, cuando realmente debemos luchar contra nosotros mismos, contra ese fantasma de la mediocridad, del conformismo, del no querer mejorar, del no querer aprender, del no estar dispuesto a escuchar.
Los pequeños/grandes éxitos o fracasos se entienden mejor mirando hacia atrás. Cuando lo haces te das cuenta de todos “los puntos” que te has podido dejar por el camino y de que con frecuencia la gloria se queda a uno solo, tal vez dos, y estoy hablando de la vida en general, no solo del baloncesto, del deporte. Porque al final es a lo que aspiramos, a alcanzar la gloria, a dejar huella, a darnos cuenta de lo grande que es ser grande…
La pelota entrará o no, pero tratemos de al mirar atrás no tener nada de lo que arrepentirnos y de, antes de salir a jugar el partido, saber que ya has ganado, que pase lo que pase ya has jugado otro partido antes, ese que juegas contra ti y del que has salido victorioso. Solo cuando esto ocurre ganar o perder volverá a ser ganar.