En cualquier deporte, el entrenador es una pieza fundamental. Su misión consiste en que su/s deportista/s consigan rendir al máximo. Y para ello, no sólo ha de tener un gran conocimiento del deporte en cuestión, sino que ha de conseguir una buena sintonía con ellos. Cuando un entrenador consigue aunar estas cualidades, hablamos de un entrenador de éxito.
Pero, ¿qué características personales pueden favorecer el éxito de un entrenador?.
En primer lugar, hablaremos de las características motivacionales por ser el motor que empuja a las personas a realizar acciones. En mi opinión, los entrenadores de éxito se caracterizan por tener una alta implicación en la misión que llevan a cabo. Posiblemente porque les gusta, disfrutan con ello y por tanto, se esfuerzan por conseguirlo. En otras palabras, están motivados intrínsecamente.
No obstante, el éxito no sólo depende de lo motivados que estén, necesitan tener ciertos recursos mentales. Entre otros, la capacidad de planificación. Es decir, una vez que está clara la meta, hay que saber qué hacer para conseguirla y en cuanto tiempo. Para ello, ha de atender muchas variables a la vez (i.e., al planificar la temporada de un tenista, hay que analizar en cuantos torneos va a participar, cuáles son más relevantes, en qué tipo de pista se van a celebrar, cuando descansar, etc) y analizarlas, por lo que también es necesario tener capacidad atencional y analítica. En este sentido, tampoco puede olvidar la posible presencia de obstáculos, ha de preverlos y anticipar posibles soluciones (i.e., varios partidos importantes en poco tiempo, lo que puede generar poco descanso en ese período y favorecer la presencia de lesiones). Sin embargo, no siempre se pueden anticipar todas las dificultades por lo que es conveniente que el entrenador posea cierta capacidad de reacción y de adaptación a la nueva situación (i.e., lesión de un jugador del equipo el día previo a un partido).
En tercer lugar, el entrenador ha de tener ciertos recursos personales y emocionales que le permitan manejar ciertas situaciones complejas de la manera más óptima. Así, un entrenador puede estar muy implicado con su misión, planificar y analizar de forma pormenorizada todas las variables e incluso plantear soluciones a posibles problemas, pero tener un elevado grado de ansiedad que transmite a sus deportistas y, por tanto, dificulte que éstos rindan al máximo. Por tanto, el entrenador ha de ser una persona emocionalmente estable, que sepa gestionar eficazmente sus emociones. Además, ha de confiar en sí mismo, tener seguridad en lo que hace ya que en ocasiones, el entorno se vuelve en contra y es necesario mostrarse firme. Esto no significa que el entrenador no haga caso de las informaciones que le lleguen. Una cosa es tener seguridad en sí mismo y firmeza y otra cosa es creer que se está por encima del bien y del mal. En estos casos, los entrenadores suelen estar a la defensiva, parecen altivos y con exceso de confianza. Esto puede interpretarse como un intento de ocultar ciertos miedos y debilidades.
Por último, el entrenador está en continua interacción con personas, no sólo con los deportistas sino con el equipo técnico, dirigentes, medios de comunicación, etc., por lo que resulta conveniente que tenga ciertas habilidades sociales. Posiblemente las dos más importantes son la escucha activa y la empatía ya que éstas permiten al entrenador conocer mejor a sus deportistas, entenderles y por tanto, sintonizar con ellos. Esta situación favorece la buena relación entre deportista y entrenador, favoreciendo la confianza mutua, por lo que será más sencillo motivar al deportista y dirigirle hacia la meta.